Cuando era pequeña disfrutaba mucho del mar. Recuerdo que mi madre cada verano nos llevaba a la playa. Jugaba con las olas junto a mis hermanos hasta agotarnos. Me gustaba esa sensación de ser empuajada por las olas que buscan salir a la orilla. Me fascinaba ver cómo la espuma se formaba. Y me sorprendía ver a mi madre pescando mui-mui. Yo intentaba ayudarla pero solo lograba agarrar puños de arena; nunca aprendi a pescarlos.
Sin embargo, ese amor por el mar no sería para siempre. Hoy por hoy mi amor por él es a la distancia y en especial durante los atardeceres. Disfruto de olas solo en la orilla o hasta que tocan mis muslos, pero no más allá de eso.
Un día de verano, como de costumbre, mi madre nos había llevado a la playa, yo estaba jugando en con mis hermano en el agua. No recuerdo el motivo pero estabamos riendo mucho. Estaba distraidamirando cómo una de mis hermanas se reía con mucha gracia, hasta que de pronto una ola me tumbó. Mi cuerpo era pequeño y delgado, así que el agua hizo que rodara un poco a la orilla e intentó arrastrarme al fondo. Recuerdo claramente la sensación de no poder con el mal, era una lucha en donde aceptaba que no podría sola. Mi hermano me tomó del brazo y me levantó para ayudarme a salir del agua.
Desde entonces, no he intentado entrar más allá de la orilla. Ese día comprendí que el mar es poderoso, si pudo hacerme eso solo en las orillas, no quiero imaginar que tan grande puede ser su fuerza más alfondo.
Admiro al mar por su grandeza, majestosidad y belleza, pero lo aprecio desde lejos, en especial cuando el sol toca sus aguas.
Así que mi amor al mar es y será solo a la distantacia.
Inspirado en el post Mar de esperanza